
Aristóteles nos dice en "Ética a Nicómaco" que el sabio no busca el placer sino la ausencia de dolor. Ahora bien... ¿nos basta con la ausencia de dolor? ¿Equivale la ausencia del dolor a la felicidad? Por ejemplo para Séneca -"Sobre la felicidad"- es preferible la felicidad a "los placeres y goces mezquinos y frágiles"; para él la felicidad equivale a una "gran alegría inquebrantable y constante", a "la paz y la armonía del alma" que no pueden tener su origen, por supuesto, en los placeres de la vida.

Fernando Savater en "Ética para Amador" habla del "miedo al placer" como "uno de los más viejos temores sociales del hombre": "A lo largo de los siglos, las sociedades siempre han intentado evitar que sus miembros se aficionasesn a darle marcha al cuerpo a todas horas, olvidando el trabajo, la previsión del futuro y la defensa del grupo... Por eso los placeres se han visto siempre acosados por tabúes y restricciones,...".
E invitando a Amador a que supere ese miedo al placer le invita al "carpe diem", al disfrute de los placeres con sensatez: "Esto no quiere decir que tengas que buscar hoy todos los placeres sino que debes buscar todos los placeres de hoy".
Es cierto, que el "miedo al placer" se camufla bajo la afirmación -aparentemente profunda- de que el placer no hace la felicidad; ahora bien, cabe preguntarse ¿es posible la felicidad sin los placeres cotidianos? Como decían los latinos: "Balnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra. Sed vitam faciunt balnea, vina, Venus". (Los baños, los vinos y el sexo echan a perder nuestros cuerpos, pero la vida la hacen los baños, los vinos y el sexo.)
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