Desde la antigüedad el retrato fundamentalmente cumple la función de "hacer presente al ausente", amigo, amante o desaparecido. La costumbre romana de guardar en el hogar las imágenes de los antepasados está muy relacionada con el origen del retrato. Pero también se quiere hacer presente al amigo y al amado. Ya Cicerón -"De amicitia"- dice que el recuerdo hace presente al amigo ausente y devuelve la vida a los muertos. Luego el retrato irá cumpliendo otras funciones hasta que en el Renacimiento presente un gran desarrollo y aparezca el autorretrato, ligado a la voluntad de ser conocido y reconocido.
Tal vez la cuestión más profunda que plantea tanto el retrato como el autorretrato es la capacidad de de trascender lo físico y penetrar en el alma del personaje o, de otra manera, la limitación de lo pictórico, de la imagen. ¿Dónde queda aquello de que una imagen vale más que mil palabras a la hora de penetrar en el espíritu del personaje? ¿Será fiable el retrato cuando comience a utilizarse como elemento propagandístico en religión y en política con el uso del grabado y de la imprenta?
Interesante para estas cuestiones la visita -al menos virtual- de la exposición "El retrato del Renacimiento" en el museo del Prado.
Ya en el 2004 el Museo del Prado presentó una exposición sobre "El Retrato Español. Del Greco a Picasso" con obras de los principales maestros del retrato: Velázquez, Goya, El Greco y Picasso.
(Baco y Ariadna, Tullio Lombardo. Mármol, 56 x 71.5 x 22 cm. Viena, Kunsthistorisches Museum)
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